INhumana INfinidad

No son más que locuras de un atávico Dios platónico pretender humanizar el mundo de manera natural.

¿Si lo humano es natural, vivimos en un mundo natural? Lo dudo, lo inhumano, en todo caso, es lo que ahora llamamos humano por un puro error epistemológico, pues no podemos tolerar como natural la existencia actual sin descubrir como falso la divinidad de nuestro Platón. Sin embargo la locura del argumento y de la misma concepción altera el lecho de la razón antes si quiera de aposentarse en nuestra concepción. Y así, sin concepción inmaculada, eterna ni impoluta, desposeemos la creencia de lo irracional de todo raciocinio por puro miedo. Sí cobardes, ¡miedo!

¿Qué es ahora nuestra tela de juicio si no un estropajo lleno de prejuicios? Una burda mosquitera para protegernos de la temida mordedura de la muerte, la oscuridad y lo infinito. ¿Pero qué cojones es ese infinito más que la negrura absoluta de la incertidumbre? Nada más amigos, nada más. Lo infinito es tan grande como pequeño, tan microscópico como inconmensurable y tan inconcebible como sólo él mismo. Y de tan pequeño se cuela en nuestras casas por cualquier rendija abierta, y de tan grande nos ahoga dejándonos sin espacio, hasta llegar el momento que tanta opresión no te permite levantar la cabeza y allí restarás, sudando en tu cama, sin poderte levantar.

¿Y para qué nos sirve nuestra algarabía de inhumanidades, para hacernos más humanos o más inhumanos? Aquí, y ante su fin, cada uno sabrá. De momento, yo voy descubriendo mi parte, no lleguéis tarde a descubrir la vuestra, que el verde nos sienta bien pero es mejor a ras de piel.

Dios también coge el metro

Hoy he visto a Dios de viaje en el metro,
para quien me crea ¡el tipo era negro!
También era negra su chupa de cuero
y su cara tapaba un ancho sombrero.

Un cura lo vio al subirse al metro,
su cara miró y no pudo creerlo,
la vista bajó, negándose a verlo.
Pero Él era Dios, tuvo que saberlo.

Hoy he visto a Dios viajando en el metro
y aunque no me crean el tipo era negro.
A las viejecitas cedía su asiento
y a un tipo gordo le rebajó el peso.

Él si que era Dios y no ése del clero,
pagó su billete y el de otro, contento.
Sin llevarlo, ante él me quito el sombrero.
Yo sé que Él es Dios y es en lo que creo.

Hola

Hola, hola, hola...

Hola, hola

Hola

hola...

hey

ei

a

Que tinguem sort

Comença el dia en un mar de suor i foscor, i continua en un desert de canonades avariades. Ets sola a casa excusant-te a l’excusat, traient-te un pes de sobre, i no hi ha paper. Amb constància arribes a la cuina per esmorzar i el cafè amb llet sense sucre decideix pintar la teva faldilla nova, la que haguessis estrenat avui i ara ja roman sobre unes calces brutes de cirera.

Al carrer, en bicicleta, un toll invisible però ple de fang t’esquitxa els baixos dels pantalons del segon plat. Tot i tacada, agrades als semàfors, t’estimen, s’enrojolen al teu pas, no en canvi al temps, que no vol passar un sol segon al teu costat i corre més veloç que la roda davantera, ara punxada, de la teva bicicleta.

Hora i mitja de retard, arribes a la universitat i la suor del matí ja ha eclipsat tot intent d’acondicionament. Rentat la cara sense mirar el mirall i entra a classe, a enfrontar els teus deu segons de glòria. Ara que ets el centre d’atenció, el temps fa les paus amb tu i et vol compensar. Són els deu segons més llargs de la teva vida, perduts de cadascun dels cent caps que es giren per veure què torba la seva rutina, ets el seu nou destorb. Tot i això, el món no canviarà les seves lleis naturals per tu, la terra no t’empassarà, no encara, et queden tres segons, dos, un, ja està.

Tornes a la invisibilitat, amagada a la darrera fila, sempre al final, sempre l’última. I allà esperaràs l’esdevenir del temps, el fluctuar de les hores, sense fer res, perquè cap dels dos bolígrafs que has dut funcionen i el típex ha rebentat dins la teva motxilla i ho ha empastifat tot, substituint la taca del iogurt de la setmana passada i el plàtan d’ahir.