A palabras necias, oídos sordos

Me cansé de gritar a los cuatro vientos que no tenía ganas, que quería que todos me dejaran en paz, que deseaba que el mundo me olvidara y la tierra me tragara.
Nadie me hizo caso, todos me ignoraron, pues sabían más bien que yo que nada de lo que decía era cierto, todos se creían muy listos y seguros. Me ignoraron pero sin olvido, manteniéndome maniatado al límite de la existencia, sufriendo de esa agónica invisibilidad que sus ególatras ojos sólo alcanzaban a atravesar para no chocar conmigo, nada más. Sin embargo, nadie ayudó, ninguno de ellos –tantos como piedras, malditas y bastardas– se acercó a echarme una sola mano de apoyo, ¿o quizá sí y en mi ceguera no lo pude ver?
No lo sé, no sé nada, sigo sin entenderlo.

Ahora, con la voz ronca de gritar en silencio, con callos y cortes de intentar agarrarme al viento, con la vista perdida de otear horizontes, me siento, me tumbo, me acurruco en el suelo sobre el frío de la nada, ni tan solo con desgana. Pues ya ningún deseo me queda para pedir porque todos fueron consumidos con la egocéntrica adulación a mi desgracia, que aún no era desgracia. Era soledad compartida.

Millones de nosotros gritamos solos en nuestras habitaciones internas, invisibles a los oídos de los demás, ciegos también a sus gritos, crecidos y empequeñecidos por nuestra ilusoria singularidad. Y lloramos por nosotros pero no por ellos, aún cuando ellos son tan nosotros o más de lo que podemos ser, y mordemos y maldecimos sus conciencias por el olvido que nos forjamos, y los odiamos a ellos porque son como nosotros; porque no miran hacia los demás, porque no tienden sus manos a quien en egoísta silencio las solicita, porque no entienden de porqués más allá de ellos mismos, ¡si son nuestro vivo reflejo!

Y volveré a gritar mil veces en silencio y nadie me oirá, y en la habitación adyacente otro yo ajeno a mí hará lo mismo y yo lo ignoraré, y en la de más allá nadie gritará con todos sus fuerzas y todos lo ignoraremos. Y aun cuando las paredes caigan entre nosotros seguiremos sin escucharnos, pues nuevos muros habremos levantado.