Y me contó la historia de un muchacho enamorado de una estrella. Adoraba a su estrella junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba con ella y le dirigía todos sus pensamientos. Pero sabía, o creía saber, que una estrella no puede ser abrazada por un ser humano. Creía que su destino era amar a una estrella sin esperanza; y sobre esta idea construyó todo un poema vital de renuncia y de sufrimiento silencioso y fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos sus sueños se concentraban en la estrella. Una noche estaba de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando la estrella y ardiendo de amor hacia ella. En el momento de mayor pasión dio unos pasos hacia adelante y se lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante de tirarse pensó que era imposible y cayó a la playa destrozado. No había sabido amar. Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer girmemente en la realización de su amor, hubieses volado hacia arriba a reunirse con su estrella.
Dime, cuándo volverás?
Si supiera por un solo momento
cuándo he de volver,
si intuyera por un instante
cuánto me voy a esperar.
Si lo imaginara
tan sólo un poco, amor mío,
habría llegado ya la primavera.
No pude jurar
que estaría por siempre allí,
ni puedo ahora volver
para fingir lo que ya fui.
Si lo prentendiera una sola vez,
volver de nuevo atrás,
¿cómo miraríamos al frente?
cuándo he de volver,
si intuyera por un instante
cuánto me voy a esperar.
Si lo imaginara
tan sólo un poco, amor mío,
habría llegado ya la primavera.
No pude jurar
que estaría por siempre allí,
ni puedo ahora volver
para fingir lo que ya fui.
Si lo prentendiera una sola vez,
volver de nuevo atrás,
¿cómo miraríamos al frente?
Indigno de ser humano
Por lo general, las personas no muestran lo terribles que son. Pero son como una vaca pastando tranquila que, de repente, levanta la cola y descarga un latigazo sobre el tábano. Basta que se dé la ocasión para que muestren su horrenda naturaleza. Recuerdo que se me llegaba a erizar el cabello de terror al pensar en que este carácter innato es una condición esencial para que el ser humano sobreviva. Al pensarlo, perdía cualquier esperanza sobre la humanidad.
Siempre me había dado miedo la gente y, debido a mi falta de confianza en mi habilidad de hablar o actuar como un ser humano, mantuve mis agonías solitarias encerradas en el pecho y mi melancolía e inquietud ocultas tras un ingenuo optimismo. Y con el tiempo me fui perfeccionando en mi papel de extraño bufón.
No me importaba cómo; lo importante era conseguir que se rieran. De esta forma, quizá a los humanos no les importara que me mantuviera fuera de su vida diaria. Lo que debía evitar a toda costa era convertirme en un fastidio para ellos. Debía ser como la nada, el viento, el cielo. En mi desesperación no sólo me dedicaba a hacer reír a mi familia sino también a los sirvientes, que temía aún más porque me resultaban incomprensibles.
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