Personajes secundarios

Un personaje secundario se levanta una mañana, se viste rutinariamente y toma su café. O quizá no tome café pero eso es lo que suponemos que hacen los personajes secundarios. Al salir de casa y cerrar con dos vueltas de llave, coge un ascensor típico, de los que tiene memoria. Así que, como sucede con los tópicos, antes de llegar a la planta baja se detiene en el segundo para recoger a una mujer bastante prototípica pero que, como todos al fin y al cabo, no termina siéndolo. Se saludan escuetamente, cuentan diez segundos que parecen cien, este ascensor es muy lento, cuentan siete segundos que parecen setenta, parece que refresca, y al contar cinco segundos que parecen cinco segundos se abren las puertas y salen del común habitáculo despidiéndose sin apenas mirarse.

La mujer del segundo, tan ancha como suelen serlo las señoras que viven en los segundos pisos de las grandes ciudades, camina lenta y cuidadosa por la calle. Se mueve de lado a lado con cada paso, es de suponer, dada su envergadura, que si por una vez diera un paso demasiado largo, perdería el equilibrio de inmediato. Tras doscientos metros y cuatrocientos pasos, no son necesarios más, llega al pequeño quiosco-papelería que regenta con su marido. Como corresponde a los personajes secundarios y comunes, el diminuto establecimiento ya está abierto, su marido se ha adelantado; ha madrugado para recibir y distribuir la prensa y ahora ya lleva una hora tras el mostrador, sonriendo a los dormidos protagonistas de otras historias que vienen a comprar el periódico.

Hoy, le cuenta su marido, ha venido un agitado joven a comprar una carpeta que, tras pagarla, ha roto allí mismo. Había llegado a cinco minutos de la apertura, pero como la tienda es un pequeño quiosco de barrio y un personaje secundario como el quiosquero nunca tiene demasiado trabajo, lo había dejado entrar antes de tiempo. El chico, un joven estudiante o bien de bachiller o bien universitario, le pidió una carpeta lila de tamaño DIN A3 con cierta urgencia. El tendero, parsimonioso como un tendero, le enseñó las que tenía.

– Lo más parecido es esta carpeta, pero es magenta.

– ¿Magenta? Bueno, es igual, Me sirve.

Y de inmediato, tras entregar un billete y sin esperar el cambio, el chico abrió la carpeta y, asiendo cada tapa con una mano, tiró hasta tener dos cartones separados. Acto seguido mordió uno de los cartones y forcejeó de nuevo, expulsando a su vez abundante saliva. El chico siguió pegando algunos mordiscos más y escupiendo en una y otra esquina de lo que restaba de la carpeta.

El hombre continúa su relato imitando la expresión salvaje que debió tener el chico, de esa manera tan cómica y expresiva que tienen algunos personajes secundarios; solo que esta vez no hay ningún protagonista para reírse. Más bien al contrario, su mujer se asusta un poco y el marido se ve obligado a contarle el gracioso desenlace.

Una vez la carpeta aparentó un severo destrozo, continuó el hombre, el chico se calmó y preguntó:

– Señor, ¿le parece que a esta carpeta se la haya intentado comer un perro?

– Bueno chico, a mi me parece que la ha atacado algo más grande.

– Verá señor, el caso es que necesito que lo parezca de verdad, ¿le parece a usted convincente?

– Déjame ver –y tras inspeccionarla de cerca–, aquí deberías difuminar la marca de la dentadura, pues una de perro es mucho más cerrada. Por lo demás, creo que convence.

– Tiene usted razón, muchas gracias señor.

Aquí los ojos de la mujer se abren como platos y el hombre termina con el relato. Solo se trataba de la misma historia de siempre, una mentira para ocultar otra mentira. Y dicho esto, como si fuera explicación suficiente, cambien el tema y olvida rápido el suceso. De aquella manera tan propia de los personajes secundarios que los hace hasta parecer olvidadizos, en cinco minutos están discutiendo sobre la venta de un nuevo artículo, un bolígrafo escolar con goma para bolígrafo.