¡Arriba, arriba, arriba! Desperézate dormilón, el sol ya está arriba de la escalera y los pájaros están afónicos. ¡Arriba, arriba, mastuerzo! No me hagas repetirlo, arriba, ¡arriba!
La excitación del gallo haciendo jirones de plácidos sueños y, lo que es peor, la crueldad del techo de la habitación, el duro yeso de la realidad, golpea fuertemente y sin contacto todo vestigio de ensoñación, disipando las oníricas brumas de dulce de leche.
Y luego, otro día más sin ser, otra jornada sin vivir, esperando ese sueño que despiertos no encontraremos y que dormidos sólo sustituiremos; porque para siempre se fue, cruzando las paredes de la habitación, allá donde no lo podemos seguir.
La excitación del gallo haciendo jirones de plácidos sueños y, lo que es peor, la crueldad del techo de la habitación, el duro yeso de la realidad, golpea fuertemente y sin contacto todo vestigio de ensoñación, disipando las oníricas brumas de dulce de leche.
Y luego, otro día más sin ser, otra jornada sin vivir, esperando ese sueño que despiertos no encontraremos y que dormidos sólo sustituiremos; porque para siempre se fue, cruzando las paredes de la habitación, allá donde no lo podemos seguir.