Días extraños

Hay días extraños, realmente confusos. Días en que pasan cosas importantes, eventos que cambian para siempre tu mundo, y justo te pillan mirando a otro lado, o parpadeando. A veces la confusión te despierta por la mañana y embota tu mente, de manera que cuando logras articular un pensamiento, tal vez en la ducha o durante el desayuno, podrías llegar a pensar “espero que hoy no sea un día importante”. Porque si así fuera, no estarías en óptimas condiciones. Normalmente uno está tan confuso que no puede ni pensar eso al principio del día, así uno empezaría algo más precavido. Por suerte, cuando todavía sólo ha pasado la mitad del día o así, uno se percata y piensa “espero que el día de hoy acabe pronto y sin muchos problemas, a cámara rápida si puede ser y sin causar estragos”. Pero nunca sucede, así que toca respirar lento y aguantar como la tarde cae más lenta que nunca y estar torpemente alerta – como cuando uno pretende mantenerse despierto cuando se muere de sueño – sin grandes resultados.

Pues entre los días confusos, están los extraños, que resultan los más confusos. En éstos comúnmente uno no entiende nada, y se encuentra tan confuso que le costará incluso recordar los acontecimientos, e incluso cuando pueda recordarlos, le costará darles valor, razones o una pizca de entendimiento. Y resultan singularmente chocantes estos días, porque en ellos no funcionan la lógica ni las leyes de la causalidad. Uno nunca logra saber si algo importante, y a su vez desconcertante, que pasó durante un día así fue a consecuencia del día o fue su causa. Aun pareciendo una bobada, provoca algunos quebraderos de cabeza cuando el extraño y confuso día desaparece tal como vino entre las brumas del tiempo y sus propias borrosidades para dejar tan sólo aquél evento, o suceso de sucesos, fatídico que ha golpeado para siempre tu mundo de manera irreparable.

Creo que existe otra modalidad también, sería la sucesión de días levemente confusos. Dicho lapso de tiempo se identifica por cierto sentimiento de abandono e insensibilidad, exactamente de apatía, una depresión sin presión, sin dolor. El problema de estos días se encuentra más que en la falta de concentración vital, como sucedería especialmente en los días extraños, en la falta de estímulos de interés (quizá sería más correcto decir interés en los estímulos). Se suceden las horas, los días, y en casos extremos las semanas o los meses, a igual cámara lenta y sin pena ni gloria. La desdicha no existe en estos días exceptuando breves momentos de “lucidez”, del mismo modo que la dicha. El tiempo pasa sin envejecer, los eventos acaecen sin dejar mella, la gente habla sin ser entendida, el sol ilumina sin calentar y la lluvia cae sin formar arco iris alguno. Lo más curioso de estos momentos es su parecido con los días extraños, no terminan, sino que “deben haber terminado”. Desaparecen del mismo modo sutil y sigiloso en que aparecieron y en que pueden volver a aparecer, por que es imposible saber si han acabado o sólo se están tomando un respiro.

En cuanto podáis, tomaros un respiro y gozad, antes de que vuelvan las nieblas del otoño.

¿Vienes?

¿Te vienes a mi casa? Está en la calle Venecia, no es muy grande y me han cortado el agua pero nos las arreglaríamos, siempre que no quieras quitarte las legañas por la mañana. ¿Qué me dices de una última copa, o tres, a la luz de las velas? Bueno, de la vela, que sólo me queda una por soplar pero tengo destilados de sobra. Tampoco me hace falta mucha luz, ahora que es verano la tengo gratis la mayor parte del tiempo. Y para verme por las noches basta con bajar a los bares. ¿Has probado alguna vez cereales en ginebra para desayunar? No es peor que un güisqui con cola, solo que yo no puedo con la coca-cola antes de media mañana.

Y avanza la noche dejándose cada hora atrás olvidada, a la distancia justa para que no puedan darle alcance. Entonces las horas perdidas van arremolinándose todas juntas en los rincones, como el polvo, las pelusas y otras partículas de basura que se arrejuntan en las esquinas, dándose calor, al acecho. Así me percato yo de que se ha acabado la noche, cuando a mi alrededor sólo hay inmundicia sé que me he caído del tren de la noche, al que se le han acabado ya todas las horas. ¿Dónde quedará el tren cuando no le quedan horas? Imposible de saber, yo siempre caigo en el momento antes y he de reconocer que no suelo estar muy atento, por decirlo de algún modo. Supongo que lo guardarán en alguna estación del olvido, a cubierto, para que no lo pinten con sus graffiti los zánganos jóvenes.

¿Qué me dices, te vienes conmigo? ¿Qué importa que no te guste? No se trata de eso. ¿Aún no entiendes nada? Sin luz ni agua en mi casa sólo me queda el gas, pero me suele dejarme más frío que con calor. Busca en tu mollera, seguro que no tienes otra razón de peso para no venir conmigo, así se hacen las cosas. Ves, ven aquí muñeca. A propósito, ¿tienes suelto?, te vendo mi alma. ¿No, pero chica por qué te pones así? ¿No te interesaría tampoco comprarme el corazón?, viene con pedigrí. Si no es por placer puedes hacerlo por caridad, muchas otras mujeres se casan con Dios, por ejemplo. Yo no necesito una sirvienta o una esclava, no podría servirme, sólo quiero un poco de suelto para invitarte a la próxima ronda. Bueno como quieras, ¿pero acaso te casarías conmigo entonces? No entiendo por qué, ¿qué hay de diferente entre lo uno y lo otro?

Vamos, subamos las escaleras, ayúdame a buscar la llave en algún bolsillo de mis pantalones –debería estar por aquí– y una vez abiertas las puertas del cielo ya podemos bajar las escaleras y continuar mirándonos con asco. Entonces, ya, si quieres, puedes irte a tu casa, que en la mía no tengo agua. Aunque si te sientes sola, o simplemente aburrida, entonces sí que puedes quedarte, tranquila no dolerá mucho, no tengo ninguna luz.