– Tom –dijo Douglas–, prométeme algo, ¿sí?
– Prometido, ¿qué es?
– Eres mi hermano y te odio a veces, pero no te separes de mí, ¿eh?
– ¿Me dejarás entonces que ande contigo y los mayores?
– Bueno... sí... aun eso. Quiero decirte que no desaparezcas, ¿eh? No dejes que te atropelle un coche y no te caigas por un precipicio.
– ¡Claro que no! ¿Por quién me tomas?
– Y si ocurre lo peor, y los dos llegamos a ser realmente viejos, de cuarenta o cuarenta y cinco años, podemos comprar una mina de oro en el Oeste, y quedarnos allí, y fumar y tener barba.
– ¡Tener barba, Dios!
– Como te digo. No te separes y que no te pase nada.
– Confía en mí.
– No me preocupas tú –dijo Douglas–, sino el modo como Dios gobierna el mundo.
Tom pensó un momento.
– Bueno, Doug –dijo–, hace lo que puede.
Ray Bradbury, El vino del estío (Green Town)
Nacidos en tiempos difíciles
Aunque deberíamos, no nos sentimos apenas orgullosos u honrados de haber nacido en nuestro momento; tiempos de cambio de marchas, de acelerar sin dudar dejando una profunda humareda detrás; tiempos de bonanza material, siempre en el bando correcto, claro, en un espacio idóneo, libres -de ausencia, no de libertad- de guerras, de hambrunas y pestes. Nacimos sobre el tobogán.
Y sin embargo, o muy a pesar, nos libramos o nos perdimos la subida a la cima, no arrancamos cada paso a cada peldaño con nuestro esfuerzo, no sudamos ese gran premio que se deleita en la cúspide del tobogán. Así que allí nacimos, en la mejor posición, sin echar nada en falta pero vacíos por dentro, perdidos.
Delante de la rampa, un acelerado sinsentido difícil de apreciar, detrás, las escaleras, y una respuesta obvia: a dejarse llevar. No obstante, antes sería bueno bajar las escaleras y volver a subirlas.
Y sin embargo, o muy a pesar, nos libramos o nos perdimos la subida a la cima, no arrancamos cada paso a cada peldaño con nuestro esfuerzo, no sudamos ese gran premio que se deleita en la cúspide del tobogán. Así que allí nacimos, en la mejor posición, sin echar nada en falta pero vacíos por dentro, perdidos.
Delante de la rampa, un acelerado sinsentido difícil de apreciar, detrás, las escaleras, y una respuesta obvia: a dejarse llevar. No obstante, antes sería bueno bajar las escaleras y volver a subirlas.
Un dia d'aquests m'hauré d'ordenar, estic avisat. No fer ordre, moure les coses de lloc mentre cantussejo, no, ordenar ben ordenat.
És molt fàcil rentar els plats, o canviar les coses de lloc, o treure la pols. Però no és el mateix canviar les coses de lloc que posar-les al seu lloc, que només és un, i abans s'ha de trobar.
És a dir, primer m'he de trobar, després ordenar-me posant-me al meu lloc, i després? Què vindrà després? No ho sé, ja pensarem.
Tothom ho hauria de provar alguna vegada, o potser no, pot resultar molt perillós.
És molt fàcil rentar els plats, o canviar les coses de lloc, o treure la pols. Però no és el mateix canviar les coses de lloc que posar-les al seu lloc, que només és un, i abans s'ha de trobar.
És a dir, primer m'he de trobar, després ordenar-me posant-me al meu lloc, i després? Què vindrà després? No ho sé, ja pensarem.
Tothom ho hauria de provar alguna vegada, o potser no, pot resultar molt perillós.
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