Hace un tiempo, sentía la primavera en mis venas y deseaba escribir la poesía. Sin embargo, era demasiado tímido para hablar sobre mí, para escribir sobre lo que yo miraba. No fuera a darse el caso de que alguien, tal vez por casualidad, viese en mi mirada un espejo que revelara mi verdad. Hace un tiempo, ya tenía miedo de aquellas verdades ocultas que todavía desconocía, esas siluetas de secretos que teñían las paredes de mis cuevas.
Por aquel entonces me era imposible escribir poéticamente, pero insistía yo en ser poeta porque sentía la primavera en mí. Trataba una y otra vez de juntar palabras coincidentes, tan diversas y mal hermanas como pan, afán, patán y zaguán. Así me veía yo, como un patán, entrando en casa ajena con afán, pero sin atrever a cruzar el zaguán y mucho menos tocar el pan. No entendía que faltaba, porque lo quería contar todo sin tener que explicar nada, así como cualquiera desea de un amante.
Desde hace un corto trecho, de ahí para acá, me he ido dando cuenta de algunas cosas, aunque no tantas como para estar de vuelta. Y de entre esas pocas cosas he comprendido que para poder comunicar hay que querer decir algo. Y ahí ya llegarán las olas y los mares, y la primavera florecerá, o no, y las corrientes de los vientos te levantarán o pegarán al suelo.
Mirad por donde, que las cosas más sencillas, a menudo, se suelen obviar. Aunque tranquilos, eso no cambia nada, sigo sin querer contarme ninguna verdad. Por ahora, las olas son mayores que mi humilde barca.
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