Hiperión


“¡Oh naturaleza, con tus dioses”, pensé, “yo he soñado hasta el final del sueño de las cosas humanas y digo que sólo tú vives, y cuanto han conseguido o pensado los hombres inquietos se derrite como granos de cera al calor de tus llamas!

“¿Cuánto hace que están privados de ti? Oh, ¿cuánto hace que sus muchedumbres te injurian, te insultan a ti y a tus dioses, que están vivos en apacible felicidad?

“Los hombres caen de ti como frutos podridos; ¡deja que se hundan en ti, así volverán de nuevo a tus raíces! Y a mí, oh árbol de la vida, ¡hazme reverdecer otra vez contigo y envolver con mi aliento tu copa y los botones de tus ramas, apaciblemente unidos tú y yo, pues todos hemos brotado de la misma dorada semilla!

“¡Oh fuentes de la tierra!, ¡oh flores!, ¡y vosotros, bosques, y águilas, y tú, luz fraterna!, ¡qué antiguo y qué nuevo es nuestro amor!... Somos libres, no nos asemejamos exteriormente, ¿pues cómo no iban a ser distintas nuestras formas de vida? Pero todos amamos el Éter e interiormente, en lo más profundo de nosotros, nos asemejamos.

“Tampoco nosotros, Diotima, tampoco nosotros estamos separados, y llorar por ti es no comprenderlo. Nosotros somos notas vivas sonando conjuntamente en tu armonía, ¡oh naturaleza! ¿Y quién podría romperla?, ¿quién puede separar a los que se aman?

“¡Oh alma, alma! ¡Belleza del mundo, indestructible, fascinante, en tu eterna juventud! Tú existes; ¿qué son, pues, la muerte y todo el sufrimiento de los hombres? ¡Ah, cuántas palabras huecas y cuántas extravagancias se han dicho! Sin embargo, todo nace del deseo y todo acaba en la paz.

“Como riñas entre amantes son las disonancias del mundo. En la disputa está latente la reconciliación, y todo lo que se separa vuelve a encontrarse.

“Las arterias se dividen, pero vuelven al corazón y todo es una única, eterna y ardiente vida”.

Estos fueron mis pensamientos. La próxima vez te hablaré más de ellos.

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