Romeo no despiertes

Romeo despertó desnudo entre unas sábanas desconocidas. Una mano femenina, fina y delicada, acariciaba su torso con dulzura mientras una oscura y ondulada cabellera reposaba sobre su pecho. Su mirada se perdió por el techo, y rodó por las paredes de la habitación apreciando el delicado estuco, gozando de un despertar sensual y despreocupado.
Una cara apareció de repente de entre los negros cabellos y besó su pecho con amor.
– ¡¿Pero quién eres tú?! –gritó el sobresalto por la boca de Romeo, y éste huyó de la cama con un salto y se cubrió tirando de la sábana.
– Tú no eres Julieta – dijo incrédulo todavía, recorriendo con una mirada desesperada la habitación, buscando una respuesta lógica. La habitación le era completamente extraña, de una extrañeza y rareza sutil, pero absolutamente ajena. Un espejo reflejaba los cuerpos desnudos desde un tocador en la pared de enfrente, un biombo y algunas perchas guardaban sus ropajes y un retrato familiar cubría gran parte de una de las paredes, la opuesta al gran ventanal.
– ¿Quién demonios es Julieta? Empiezas a asustarme, Romeo – contestó la doncella sobre la cama, alcanzando una manta para cubrir su desnuda piel.
– Pero... entonces... – la incomprensión y la duda estaban asfixiándolo y retrocedió poco a poco hacia la ventana para coger aire.
Así fue como su vista se clavó de inmediato en el retrato de familia, concretamente en la imagen paternal que abrazaba a los hijos con autoridad, reflejaba su cara sin lugar a dudas, acompañada de dos pequeños niños y la mujer que aún lo miraba confusa en la misma habitación.
– No puede ser ¿Cómo pudo? ¿Cómo pude? – balbució Romeo al tiempo que sobrepasaba el punto de no retorno del alféizar de la ventana, desapareció engullido por la gravedad.

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